viernes, 19 de junio de 2009

CLASE DE KARATE

Una de mis ocurrencias
menos felices, diría;
-anéctota de vivencias
y cuentos de cada día--

Fué, inscribirme en una clase
de disciplina marcial.
- Ya saben, de las que enseñan
la filosofía oriental.

Pues nada, me compro un traje
muy blanco y almidonado;
me proveo, en mi equipaje,
de valor muy escaseado...

Me dispongo a entender todo,
a seguir los lineamientos,
a sudar a piedra y lodo;
a descubrir mis talentos.

les confieso, que este plan
tenía secreta intención:
acercarme a mi galán
y lograr su admiración.

Porque, él, es karateka
desde niño, y lo hace bien.
Entonces, yo dije: "¡Eureka!
Yo haré karate también."

Yo quería que, aún me amara
el señor de mis desvelos;
que su admiración tocara
si se puede, hasta los cielos.

Pero, ¡Ilusa! No contaba
con las premisas violentas,
y, mientras golpes tiraba,
las horas pasaban lentas.

De pronto, el profe me mira,
distraída y medio absorta.
Para que atienda, me tira
una finta hábil y corta.

"¡Estómago duro!" Dice
y hunde la mano en el mío.
Muy malo, que no me avise...
Pues me ahogo, siento frío,

Por más que inhalo, no logro
meter aire en mis pulmones;
me siento, como si un ogro
me aplastase sin pasiones.

El profe dice: "¡A correr!"
Y yo, de verdad lo intento,
más, no me puedo mover,
porque sigo sin aliento.

Doy tres pasos, y no puedo
pues me siento desmayar...
Pido auxilio, alzando un dedo;
después, al suelo fuí a dar.

Ahora, ya me han puesto un mote
y me llaman "La correcta"
Y, aunque, por cierto, lo note
yo finjo que no me afecta.

Dicen, que soy tan decente,
que si quiero desmayar
pido permiso a la gente...
¡No me la voy a acabar!